sábado, 7 de octubre de 2017

PLOTOBER 2017 - DÍA 7

¿He dicho ya que amo esta película? Pues eso.




Hoy la premisa es...


LA ÚLTIMA VEZ QUE VI ESO FUE HACE CINCO AÑOS



El aire le sacudía suavemente en la cara, haciendo ondular su largo pelo como si fuera un mar salvaje. Su mirada se perdía en el horizonte, contemplando todo lo que su vista abarcaba: la Avenida 9 de Julio, el Obelisco, los peatones como si fueran hormigas, yendo de aquí para allá, los coches pitando e intentando avanzar... Era un caos intentar retener toda esa información, pero a ella parecía no importarle. Más aún, seguramente disfrutaba mirando todo el panorama. Eso pensaba Ana al mirar a su hermana pequeña, Sara. Y Ana sonreía mientras la observaba.

-Niñas, vengan a comer, esto ya está-. Dijo su madre con una dulce voz.

Las dos hermanas, tras oír eso, bajaron a toda velocidad de su cuarto, intentando ver quién llegaba antes. Al final, ganó Sara, y Ana la felicitó con un beso.

-Sos muy rápida, Sara. ¿Por qué no probás a entrar en el equipo de atletismo?-.

-No es mala idea esa, pero llamamos al comité luego, que ya tengo mucha hambre. Puedo oler los alfajores recién hechos... Ñam-.

Las niñas se fueron a lavar las manos y tras eso se sentaron en la mesa con su madre y su padre, que venía del trabajo. Cuando se sirvieron, el padre empezó a hablar, como de costumbre, de su día. 

-Buf, el inspector jefe es un pelotudo, hoy se ha enfadado como un hipopótamo de esos de los documentales, ¿sabés? Como si hubiera cogido a un león con alambre de espino por el cul....-

-¡Chist! No digas eso delante de las niñas, maldito guarango, que no tienen por qué oír tus guarradas-. Las niñas se reían como locas, y el padre sonreía complacido al ver a una pareja tan feliz.

-Perdón, perdón, es que... Vos sabés que me tiene loco, me trata como si fuera un pelele. Bueno, a todos. Y eso que acaba de venir hace nada, que todo el cuerpo, incluido yo, llevamos en esa comisaría desde que se inauguró... Tiene narices.-

-Es un gil-. Dijo Sara con total seriedad, y los otros tres comensales se rieron a carcajadas. 

-Bueno - dijo el padre tras limpiarse los morros-, creo que es una descortesía hablar de uno mismo y no escuchar a los demás. ¿Qué tal les ha ido el día?

-Como de costumbre- respondió la madre-. Estuve hablando con la señora Martín, y me dijo que estaba muy preocupada por su hijo, que se había ido a estudiar fuera, como seguramente no recordarás (el padre tras oír esto afirmó riéndose, y el resto también se rió). Normal, pobre mujer, mira que mandarlo tan lejos... Yo, en su lugar, también lo pasaría muy mal. 

-Mi padre decía lo mismo cuando se vino aquí a estudiar... Y luego se quedó. Ya verás, mujer, cómo se acostumbra su hijo. Hay que darle tiempo, lleva solo... ¿cuánto? Una semana, si mal no me equivoco. En ese tiempo mi padre no sabía hacer todavía nada, así que imagínate en el extranjero. Dale tiempo. ¿Y... algo más querés contarnos?

-Pues el resto del estuve en la oficina, luego hice la compra yyyy... eso es todo.-

El padre inclinó la cabeza, como si dijera "de acuerdo, de acuerdo" y miró a sus hijas: -¿Y vosotras, qué tal? ¿Cómo os han tratado fuera?-.

Sara empezó a relatar su día en el colegio. No había ni pasado un minuto desde que comenzó su narración cuando de pronto, un estruendo sonó por toda la ciudad, y esta empezó a temblar con una brutalidad inusitada, fuera de todo lo racional, de todo lo que el hombre pudiera comprender. La familia se tumbó bajo la mesa con confusión, presa del pánico, abrazándose mutuamente con gran fuerza. El estruendo pasó, y luego, se escuchó otro ruido, uno que nadie había oído jamás, pero que cualquiera relacionaría con algo vivo. Sara salió disparada para ver qué era, y la familia la siguió:

-¡Sara, vuelve, por favor! ¡Es peligroso!-. Gritó su madre. 

Cuando llegaron a la terraza, se quedaron de piedra ante la visión del paisaje. Entonces, Ana, que había vivido en esa ciudad toda su vida, que la había amado y querido, sintió por primera vez un deseo loco de huir de allí, cuanto antes, pero sabía que no podía. Sabía que era el final. Que pronto iba a morir. Por eso, lloró y abrazó a su familia. Porque lo que estaba viendo, era algo parecido a lo que salía en una película que había visionado hace cinco años, salvo por el lugar en el que se desarrollaba, ya que la ciudad que salía en dicho filme estaba a miles de kilómetros de aquí. Pero eso no le importaba. Su destino estaba ya sellado.

Ana y su familia vieron cómo la Avenida de 9 de Julio había sido totalmente destruida al paso de un gigantesco monstruo. Un dios que había venido para ajusticiar a la humanidad. De pronto, ese dios los miró, y rugió de nuevo.





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