El otro día pusieron Pacific Rim en la televisión. No tenía pensado verla, porque era muy tarde y tenía que levantarme temprano, pero al final mis ganas por volver a ver a Gipsy Danger, Cherno Alpha y compañía me vencieron, y me quedé a disfrutar de nuevo de la película de Guillermo del Toro. No llevo la cuenta de las veces que la he visto de nuevo, pero siempre que finaliza la película sucede lo mismo: acabo encantado con ella, embelesado, y sacando cada vez nuevas y mejores cosas de ella, aunque por desgracia en algunas ocasiones le pillo errores, pero son simples nimiedades, porque el amor que siento por ella no se ha ido: se ha hecho más fuerte, y aún la sigo considerando, como dije en esta entrada, la mejor película que se ha realizado en lo que llevamos de siglo XXI. Vamos, una obra maestra, pese a quien le pese. Esto no me sucede únicamente con Pacific Rim, sino también con unas contadas películas, tanto de "actores reales", como de animación, cintas que cada vez que las veo, me vuelven a enamorar como el primer día que las vi. Hoy vamos a hablar de una de esas películas, una de animación, que casualmente salió hace poco por la televisión, y que, cómo no, decidí ver de nuevo. Y me volvió a enamorar como el primer día que la vi.
Sin duda alguna sabréis a qué largometraje me estoy refiriendo, porque he hablado de él en numerosas ocasiones. Pero no me parece suficiente. Siempre quise hacer una entrada sobre esta película. Y aquí está. Hablemos pues de mi cinta de animación favorita. Hablemos de El Gigante de Hierro.
Nota: en esta entrada hay destripe de la trama, así que si aún no has visto esta maravilla, te recomiendo que te leas la entrada cuando hayas terminado de
verla.