¡Más relatos, muchachos, esto es
plotober, arrr!
Y la premisa de hoy es...
TE HAN SELECCIONADO PARA UN PROGRAMA DE BUSCAR PAREJA. TIENES QUE CONTÁRSELO A TU NOVIO
Un caluroso día de verano. Ana, estudiante de tercer año de Derecho, estaba en su cuarto, leyendo un libro, mientras desde la cocina llegaba un rico aroma. Ana miró el registro de llamadas de su móvil, se armó de valor y se dirigió a la cocina. Ahí estaba Máximo, su novio, haciendo el sofrito para la comida de hoy. "Que sea lo que Dios quiera", pensó Ana. Tragó saliva, y comenzó a hablar.
–Oye, cari. ¿Te puedo contar una cosa?
–Claro, chiqui. Dime. ¿Qué pasa?
–Es que... ¿sabes ese programa de la tele, el que presenta ese tío tan majo?
–Ah, ya. El de las citas. Sí, ¿qué pasa con él?
–Bueno, pues... Esta mañana llamaron y pensé que era el médico, pero resulta que eran de ese programa y... me han seleccionado.
Máximo se quedó en silencio, mirando a Ana. Ana tragó aún más saliva.
–La culpa es mía... Les envié una carta hace tres meses, antes de conocerte, para ver si entraba... Pensé que nunca la leerían... Ya les he dicho que tengo novio, que no podía ir, pero ellos ya tenían el programa preparado y no se podía cancelar...
Máximo todavía la miraba.
–Máximo, yo... Lo siento...
–No pasa nada, chiqui. Está bien.
Se lo estaba tomando con mucha calma. Como siempre.
–Pero vamos a ver, Máximo. ¿Qué es lo que te pasa?
–¿Ein?
–¡Ni "ein" ni niño muerto! ¡Te digo que me han seleccionado para un programa de citas, y tú tan tranquilo, que no pasa nada! ¿Y si viene un chico guapísimo y te dejo por él? ¿Eh?
–Sé que eso no pasará.
–¿Ah, no? ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?
–Porque lo sé. Eso solo pasa en las películas. Al menos, eso creo yo.
Silencio.
–Nunca te enfadas.
–¿Ein?
–¡Que nunca te enfadas! ¡Nunca discutes! ¡Cuando me pongo a hablar contigo, en cuanto notas que la conversación se va a ir de madre, te escondes, no luchas por lo que quieres! ¡Como ayer, quería un libro y simplemente dijiste "Pero chiqui, que tienes muchos", y luego te contesté, y después, como siempre, callaste, porque sabías que íbamos a discutir! ¡Podrías haberte enfadado un poco! ¡Nunca lo haces! ¡Nunca luchas por lo que quieres!
Máximo la miraba en silencio, con cara apesadumbrada. Ana se calló y se acercó a él, acariciando su espalda.
–Mira... Sé que en la oficina te pasa igual. Con tal de no discutir, dejas que hagan lo que quieran. Y a veces, te hacen daño.
La sartén seguía chispeando.
–Deberías imponerte. Cuando creas conveniente. Luchar por lo que quieres. Y que no te hagan sentir mal.
–Pero es que no me gusta discutir.
–Ya. Y en cierto sentido, eso me gusta. Pero... por desgracia, o comes o te comen.
La sartén seguía chispeando.
–De verdad que no quiero ir, Máximo. ¿Qué puedo hacer?
Máximo miró el calendario.
–¿Cuándo es el programa?
–El lunes que viene.
Máximo pensó.
–¿Te apetecen unas vacaciones de dos semanas?
Ana le miró.
–¿Vacaciones? Pero, ¿cómo...?
–En la oficina aún no las he cogido. Y como tú tienes todavía vacaciones de verano, no pasaría nada. ¿A dónde te apetece ir?
Ana seguía sorprendida. Respondió, casi titubeando:
–¿Yo? Pues... A Nueva York. ¿Y a ti?
–No está mal.
–Máximo...
–No, oye, que a mí me mola Nueva York. Aunque... No sé... También me gustaría ir a Australia.
Se quedaron en silencio, Ana apoyando su cabeza en el hombro de Máximo.
Máximo dijo:
–¿Y si lo resolvemos a piedra, papel, tijera?.
Ana le miró sorprendida, y sonrió.
–Venga. No te quejes si te machaco.