Venga, vamos al lío.
Y hoy toca escribir de...
UNA ISLA DESIERTA Y PARECE QUE HAY ALGUIEN MÁS
Clara despertó al sentir algo húmedo tocando sus pies. Se levantó perezosamente, tocando algo granuloso y caliente. Se oía un ruido, como si algo se acercara y alejase. Cuando se irguió, vio su alrededor.
Estaba sola en una isla.
Una isla con una enorme playa que parecía perderse en el horizonte y no tener fin. Una frondosa selva se hallaba frente a ella; una selva de la que provenían ruidos misteriosos. Clara comenzó a ponerse nerviosa y corrió por la playa, en busca de algún signo de civilización. Corrió y corrió durante lo que a ella le parecieron eones, pero el cansancio hizo presa en ella y tuvo que parar bajo una palmera solitaria. Jadeando, se tumbó. Su mente intentó recordar todo lo que había pasado, pero solo pudo vislumbrar pequeños retazos de lo acaecido.
Unos gritos. Llamas saliendo de un habitáculo. La gente corriendo por todas partes. Sus padres alejándose de ella. Un movimiento brusco, y luego...
Unos gritos. Llamas saliendo de un habitáculo. La gente corriendo por todas partes. Sus padres alejándose de ella. Un movimiento brusco, y luego...
Dejó de recordar por el insufrible dolor y notó que las lágrimas recorrían su rostro. Pensó que no volvería a ver a nadie, a sus amigos, a sus padres. Que se quedaría sola en este pedazo de tierra, y que seguramente moriría, presa de algún animal salvaje, o de las enfermedades tropicales, o simplemente, de vieja. Sola.
Su estómago interrumpió su pena con un enorme rugido. Se levantó y decidió adentrarse en la isla.
La selva se iba haciendo cada vez más espesa hasta que llegó a un claro, con ríos de agua cristalina. En ellos, unos antílopes y jabalíes bebían el líquido, sin que la presencia de Clara les importunase. Buscando en los árboles de los alrededores, pudo conseguir algo de fruta con la que calmar su estómago. Pero este era muy exigente, y pasadas unas pocas horas, volvió a rugir con mayor fuerza.
Clara continuó su periplo. De pronto, oyó un estruendo, como si algo se hubiera caído, o si la Tierra se partiera en dos. Se acercó a la fuente del ruido, y encontró a un elefante que yacía en el suelo.
Clara lo miró atentamente. Los ojos del elefante, vidriosos, casi humanos, la observaban fijamente. Su costado subía y bajaba lentamente, y de la trompa salía un sonido angustioso.
Clara se quedó contemplando al elefante durante unos minutos. Entonces, giró sobre sí misma y se alejó del lugar, volviendo por donde había venido. Pasado un tiempo, volvió con un palo acabado en punta.
Se acercó al animal y se dispuso a palpar el cuerpo del elefante, con sumo cuidado para que no se pusiera más nervioso. La mano recorría el arrugado cuerpo del enorme ser hasta que paró en una zona. Clara notaba un débil ruido. Un ir y venir.
Alzó la lanza y miró al elefante. La chica empezó a temblar. Notaba en su espalda el peso de cada segundo. Mares de sudor la recorrían. El corazón provocaba enormes seísmos en su cuerpo. Y los segundos seguían pesando más y más.
Y cuando el Sol daba sus últimos coletazos de luz, se escuchó un grito que recorrió toda la isla, asustando a todos los animales.
La noche cayó y Clara estaba llena. Había hecho una hoguera con la que asó un poco de la carne del enorme animal. Pensaba en cómo conservar todo eso. También en evitar atraer a depredadores con el olor, aunque, bien pensado, si había pasado tanto tiempo y no hubo rastro de ellos, poco había que temer. Pero por si acaso.
Clara miraba la cabeza del elefante. El animal más grande del mundo. Siempre soñó con ver uno cara a cara, maravillarse ante su magnificencia, su imponencia. Nunca supuso que podían ser tan frágiles. Como ella.
Se recostó, y miró sus manos. Las había lavado lo mejor posible, pero aún quedaban pequeños rastros de sangre. Las acercó a su nariz y las olió. El aroma del hierro seguía ahí, con la misma intensidad.
Al final no iba a estar tan sola.
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