No creo que haya nadie que a día de hoy no conozca la saga fílmica de El planeta de los simios, al menos, en parte. Mi entrada a esta franquicia, fue con la cinta que hiciera en su día Tim Burton, luego vi la primera de todas, la de finales de los 60 con Charlton Heston a la cabeza, y después la grandiosa trilogía protagonizada por Andy Serkis; una trilogía que nadie pidió y que sin embargo encandiló a muchos, yo incluido, hasta tal punto de que la considero una de mis trilogías cinematográficas de todos los tiempos. Sin embargo, hasta hace pocos años, me enteré de que no era una creación original, sino que esta franquicia se basó en una novela publicada en el año 1963, cuyo autor era Pierre Boulle. Y, como ya sabéis que soy un lentorro de pelotas, por fin me he dignado a leerlo.
Lo más gracioso de todo es que el libro, pese a tener sus años, parece bastante premonitorio. ¿Que por qué? Oh, ya lo veréis...
...
A estas alturas no creo que haga falta indicar que voy a meter algunos destripes de la novela y algunas de las películas, ¿verdad?
En la novela, la historia comienza con una pareja que, para sus vacaciones, hace viajes interestelares, algo bastante común en la época en la que se desarrolla. Sin embargo, algo trastoca su tranquilidad vacacional, y es que encuentran en el espacio una botella en la cual hay un manuscrito, en el que se puede leer la historia de Ulysse Mérou, un hombre del año 2500, y de sus desventuras por un planeta lejano, en el que, como en la primera película, los humanos son poco más que animales y los simios son los amos y señores del mundo, con plenas facultades intelectuales. Y es que desgraciadamente, el recibimiento que tiene Ulysse y sus dos compañeros de la nave no es lo que se dice hospitalario, y no sólo por los simios (que, al igual que en el filme, aparecen en una batida cazando humanos), sino por los propios hombres y mujeres que se encuentran. Al principio, parecen amistosos, pero en cuanto ven que tienen objetos, como ropa, fusiles, y demás, se los rompen sin dudarlo. Eso fue algo que me gustó de la novela: en la cinta del 68 los humanos eran poco más que cobardes, y sí, mordían y arañaban, pero en el libro demuestran una increíble agresividad para todo lo que no sea natural y que constituya invención y creación simia; es más, en algunos casos, rabian y salivan cuando ven a un simio acercarse a las jaulas en las que son recluidos para su investigación.
Luego, tras la batida, Ulysse no es herido e incapacitado para hablar como le pasó al personaje de Chartlon Heston, sino que es capturado indemne (no así sucede con sus compañeros, pues uno de ellos muere y el otro es atrapado pero recluido y acaba con un estado más animal que humano) y comienza así a intentar crear lazos con los simios en busca de su libertad, cosa que consigue con los chimpancés.
Y es que en la novela tenemos una sociedad dividida en tres estratos, los poderosos gorilas, los recalcitrantes sabios orangutanes, y los intelectuales chimpancés, siendo estos últimos los que hacen avanzar realmente a la sociedad. Eso no se detallaba a fondo en la película (si acaso se dejaba ver), ni tampoco en el filme el mundo es igual: en la novela, tenemos ciudades, automóviles, infraestructuras... de finales de los años 50 (de hecho los simios aún no han conquistado el espacio, si bien han lanzado algunos satélites, pero casi todos acaban estallando), mientras que en la versión cinematográfica no hay un marcado desarrollo urbanístico, aunque sí un deseo investigador en la sociedad simia, con esa paradoja que son las "herejías científicas" (que también se hallan en la novela).
Pero lo más curioso de la novela, como he dicho al principio, es esa especie de carácter premonitorio que tiene, si se le puede llamar así. De una forma bastante ingeniosa (algunos la tildarían de inverosímil e imposible, pero hey, es
ciencia ficción) descubrimos el verdadero origen de esta distopía: no es por un virus como en las películas de Andy Serkis, es por, sencillamente... fatiga intelectual. Sí, habéis leído bien. Fatiga intelectual. Y es que, o esto puedo yo interpretar, Pierre Boulle ya se estaba dando cuenta de que en los años 60 la gente se estaba volviendo gilipollas, y, quizá, a modo de venganza, o más bien crítica, escribió una novela en la que nos dejamos comer la merienda y los simios tomaron el poder al poder desarrollar más sus facultades. Quizá sea exagerado lo que yo digo, pero la verdad, fue leer esa parte en el libro, y pensar en cómo el autor había vaticinado la decadencia de la sociedad actual hace más de 60 años. O quizá es que sencillamente la humanidad ha ido cayendo en picado y él solo constató un hecho que sucedía a su alrededor, uno que no ha parado desde entonces.
 |
Aún a riesgo de parecerme a un viejo cascarrabias, diré esto: ¡Dejad ya tanto móvil, cagüen diez! |
Otro aspecto que la película no ahondó lo suficiente es la imitación. En la novela, es un tema capital, ya que los chimpancés creen que, quizá, la sociedad simia ha evolucionado mediante imitación de otra raza superior que pobló su mundo antes que ellos. Sí, en la cinta mencionan ese concepto, pero bastante menos si comparamos con la novela. Aquí toma capital importancia, porque ya el protagonista reflexiona sobre la propia imitación, no sólo en los simios, sino en la especie humana, en cuanto a la creación se refiere: Ulysse toma el ejemplo de como, ante un libro considerado una obra maestra, aparecen en nada otros semejantes, imitaciones, que varían poco, repitiéndose un ciclo de originalidad e imitación. La verdad es que a mí también me hizo pensar eso, sobre todo en cómo aprendemos (por imitación la mayoría de las veces), y en cómo muchas obras toman de aquí y de acá para contar una historia. El planeta de los simios no es una excepción, y el autor sabe bien qué escoger a fin de crear su mundo. Al menos a mí, no es algo que me moleste mucho, ya que soy más del cómo se cuenta algo del qué se cuenta, y si lo contado no me atrae o me ha aportado nada, ahí sí que soy más intransigente en cuanto a las referencias tomadas. Por desgracia, esto se desarrolla casi en el final de la novela, y para cuando descubren restos de la civilización predecesora, quedan pocas páginas y las conclusiones que se logran sacar son sucintas y, a mi parecer, un poco decepcionantes, no tanto por lo que constituyen sino por cómo las explican, con prisa, sin dar muchos detalles. De hecho, el origen de la sociedad simia es contado en poquísimas páginas (no llegarán a las cuatro caras) y se puede intuir, pero es una de las pocas veces en las que me habría gustado que el autor ahondase más.
Eso sí, el final es uno de esos que te deja bastante con el culo torcido. No quiero decir nada más a fin de no destripar más el argumento de la novela, pero si un día queréis leerla, por favor, no hagáis como yo y resistid la tentación de ver, aunque sea una ojeada, las últimas páginas del libro.
En cuanto a la lectura, se hace amena y corta. Es verdad que el autor es a veces pomposo, pero no excesivamente, al contrario que Edgar Rice Burroughs, el autor de Tarzán, aunque este se salvaba porque describía todo de una manera perfecta y su narrativa era una de las más atrayentes que he leído en mi vida. Eso sí, Pierre Boulle demuestra tener un conocimiento más que suficiente en diversas materias científicas. Y digo suficiente porque sabe cuándo no ahondar demasiado según qué partes, contando sólo lo justo y necesario a fin de narrar su historia, aunque a veces se note que quiere ir al grano y resumir en exceso. Sí que es verdad que la versión que me leí era la de la biblioteca de mi ciudad, y, al tener la letra bastante pequeña, es mucho más corta que la edición que se ha publicado actualmente. Pero vamos, que he pasado un buen rato, y, si bien prefiero la versión cinematográfica, la novela tiene muchos puntos a su favor y fácilmente se la recomiendo no sólo a los fanáticos de la saga sino también a seguidores de la ciencia ficción.
Ni que decir tiene que todo el tiempo me he imaginado a Ulysse Mérou como Chartlon Heston, jarl.
 |
La verdad es que fue una elección cojonuda |
No hay comentarios:
Publicar un comentario