Leer es una pasión. Un acto que nos hace ver el mundo con otros ojos, pero que a diferencia del cómic, el séptimo arte, o los videojuegos, precisa de toda nuestra imaginación. Para recrear los mundos que se nos narran, los personajes que se nos describen y habitan en ellos, con qué voz hablan. Con esto no quiero decir que los tebeos, el cine y los videojuegos carezcan de valor comparados con la lectura. Lo que quiero exponer es que leer como tal es una actividad que requiere mucho más esfuerzo, pero que puede ser igual o incluso mucho más apasionante. Encontramos historias increíbles, personajes que pervivirán en nuestra memoria por siempre jamás, e incluso, con los que uno pueda conectar, hasta identificar. También pasa en los otros medios, a fin de cuentas, están narrando historias, pero con los tiempos de la inmediatez que estamos viviendo, a veces veo cómo la lectura, tanto en los jóvenes como en muchos mayores, no está tan enraizada como yo desearía. Habrá excepciones, desde luego (diablos, yo conozco algunas) pero esa es mi impresión general.
Si bien mi afición a los cómics y videojuegos ha sido algo que más o menos se ha mantenido constante a lo largo de mi vida, no ha sido así con la lectura. ¿De dónde surgió ese deseo voraz de leer y leer? ¿Cuándo fue? Todas esas preguntas tendrán su respuesta. Dejad pues, que os cuente una historia...
Cuando era un niño, mi interés por los libros era, y he de reconocer, muy escaso. Si acaso leía los libros que me mandaban en el colegio. Nunca recordaré alguno de ellos como una lectura emocionante. Si que devoraba cómics, al menos eso era algo. Por supuesto, también estaban ahí los videojuegos, pero eso ya casi era algo normal en cualquier casa por aquel entonces y también ahora, así que podríamos obviar ese aspecto.
En segundo de la ESO nuestra profesora de lengua nos mandó leer un libro, titulado ¡No me toques la cabeza!. Era una novela juvenil, y me temía lo peor. Ya nos había mandado otras, y no fueron lo que se dice grandes experiencias. Pero este libro fue diferente... Me encantó. Y no es broma, aún lo considero como el mejor libro que me mandaron leer jamás en mi etapa escolar. Pero ¿por qué? ¿Por qué ese? Bueno, la verdad... No estoy del todo seguro. Quizá tenga que ver el hecho de que por esa época mi hermano y yo habíamos empezado a ver Evangelion. "¿Y en qué se relaciona ese hecho con el libro?", diréis. Bueno, el anime de Hideaki Anno me marcó por muchas razones, siendo una de las principales la siguiente: que con esta serie, cuando comencé a visionarla, fue la primera vez en mi vida que dije esto: "Ese personaje... se parece mucho a mí". A partir de entonces, empecé a valorar a los personajes. Al menos, en un mayor grado de importancia. Ver si se asemejaban a mí. Como podréis adivinar, el protagonista de la novela en cuestión también se parecía a mí. Ambos buscábamos nuestro sitio. Nuestro destino en el mundo.
Y a partir de ahí, surgió mi deseo de leer más. Porque si una novela podría tener esa clase de personajes, otras deberían tenerlos. Por narices. Luego me leí La guía del autoestopista galáctico (un libro divertidísimo con personajes carismáticos y con el que contacté por primera vez con la literatura de ciencia ficción) Frankenstein, La carretera, Soy leyenda, y otras muchas obras, que tenían un factor en común. Todas hablaban de personajes humanos. Había un problema mayor, sí, pero eran los personajes humanos los que tenían no sólo que lidiar con dicho problema sino con sus propias incertidumbres y deseos. Algo que por supuesto, yo también hacía. Por lo que mi conexión con dichos personajes crecía. Pero, ¿me identifica tanto con ellos como en ¡No me toques la cabeza!? Podríamos decir que sí, había una conexión, pero no era al mismo nivel. Empatizaba con ellos, sentía lo que ellos, me entristecía cuando ellos lo hacían, pero no tanto como con la esa novela que me mandaron. Y no me malinterpretéis: aún con todo, son libros que me conmovieron, con los que pasé grandiosos momentos que nunca cambiaría por nada, cuyas historias y personajes me encantaron. Pasaron inexorablemente los años. Cuando llegó el momento de hacer la selectividad, comencé una novela. Supongo que ya sabréis de cual hablo. Una con la que me identifiqué con su personaje, pero a un nivel monstruoso. Una historia en la que encontré un alma gemela, con problemas, pero que eran iguales que los míos.
El guardián entre el centeno, de JD Salinger.
Ya he hablado de este libro anteriormente, y también sobre su autor en una ocasión, pero me gustaría añadir algo más. Si fue con Evangelion la primera vez con la que me identifiqué con un personaje, fue con Salinger cuando me propuse leerme toda la bibliografía de un autor. También estaba Delibes, cuyas novelas me encantaban (y aún a día de hoy, por supuesto) pero que Salinger hubiera escrito una en la que su protagonista se parecía tanto a mí, era algo inusual. Casi de magia negra, podría decirse. Y así fue: me leí todas sus novelas, al menos las publicadas en español (hay algunos textos no publicados que encontré por Internet, pero bueno) ¿Me causaron el mismo impacto? No, desde luego. Pero sus historias poseían una gran humanidad. Sus protagonistas tenían miles de dilemas. No se sentían cómodos en el mundo. Querían buscar su lugar, un sitio al que pertenecer. Igual que muchos. Igual que yo.
Es más, JD Salinger también me atrapó por su manera de escribir. Su novela Levantad carpinteros la viga del tejado y Seymour: una introducción concluía con eso mismo: una disertación sobre un hermano de una familia que se había suicidado nada más casarse. JD Salinger había participado en la guerra, y había sufrido secuelas por ello. No es descabellado pensar que parte de sus experiencias, tanto familiares como extrafamiliares, inspiraron esas historias. Es más: no publicó más novelas aparte de las cuatro que escribió y vivió el resto de sus días recluido, como si fuera un monje, un ermitaño, lejos de la fama, de sus admiradores. De casi la vida misma.
JD Salinger es uno de mis autores favoritos. Me leí todas sus obras publicadas, y sí, eran grandes títulos, pero es solo una la que de verdad marca la diferencia. La que logra conectar del todo contigo. Hacerte ver que no estás solo y que hay otros que han pasado por las mismas penas que tú. Al final, cuando te das cuenta de eso, cuando ves que un personaje de un libro que ha sido escrito años, décadas, o incluso siglos antes de que tú nacieras, tiene más en común contigo que mucha gente que conoces, es entonces cuando la lectura, el afán por leer, esa afición, se ha apoderado de ti.
Así fue cómo se forjó mi pasión y ha llegado hasta el día de hoy. Mi hermano fue más por la ciencia ficción, mientras que en mi caso, por novelas con historias menos épicas, de menos ciencia ficción (valga la redundancia), casi de andar por casa podríamos decir, pero todas compartían algo: sus personajes eran muy humanos. Casi tanto como yo. Personajes cuyas penas podrían ser las mías. Cuyas alegrías podrían también ser las mías. Personajes que me dijeran que no estoy luchando en solitario, que ellos también han pasado por lo mismo que yo, han sufrido y padecido lo mismo que yo. Al igual que muchas otras personas en este enorme mundo. De hecho, cuando me encuentro con obras así, no puedo dejarlas ni un minuto, he de seguir con ellas, y me las acabo en pocos días. Algo curioso, viviendo en el tiempo que vivimos, de, como dije al principio, inmediatez. Pero eso no tiene por qué ser malo si se disfruta con la lectura. Es una pena cuando se acaba la historia, cierto, pero al menos el viaje ha merecido la pena. Has tenido una grata compañía. Por eso os pido que leáis. Libros y cómo no, cómics. No sólo juguéis a videojuegos, o veáis la televisión. Si sólo os concentráis en un campo, no podréis ver el horizonte, un horizonte con numerosos relatos por descubrir y que, quién sabe, os emocionen y conmuevan. Abarcad más. Ved más. Leed más. Encontrad más historias. Encontrad más personajes. A fin de cuentas, los han escrito humanos. Como tú y como yo. Y eso es algo precioso.
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