Hoy nos toca la misma premisa que el día 10, a ver qué se nos ocurre.
TE HAN PILLADO EN EL AEROPUERTO CARGANDO DROGA, PERO TIENES UNA OPORTUNIDAD DE ESCAPAR.
Me han llamado hace poco. Estábamos los colegas y yo jugando al parchís en el jardín. Lo único bonito de la residencia. La comida es horrible. No me dejan tomar chorizo con jamón y huevos fritos. El colesterol, dicen. La sal, dicen. Joder. Ni a uno le dejan tranquilo.
Resulta que han trincado a mi hijo en el aeropuerto con droga en su maleta. Por supuesto, me quedo con los ojos como platos. Y casi me río. Mi hijo, con droga. No puede ser. Si ese crío no ha pisado siquiera un bar en su vida, ¿cómo diablos va a llevar droga?. Esto es raro no, lo siguiente. En fin, iré a verlo, que encima me dicen que intentó escapar y se llevó un balazo en la pierna. Vaya por Dios.
Le explico el caso a la directora de la residencia, la cual, como siempre, comprende totalmente el suceso, pero me dice que no puedo ir a verlo porque estoy muy débil y mi situación actual no me lo permite. Tampoco es que tuviera muchas ganas de visitarlo. Es más por obligación paternal, pero... No hay ganas. Quiero decir, no porque me haya deshonrado ni nada parecido, sino porque el chaval es un pesado. Siempre viene a verme. No me deja solo. Todos los días se queda conmigo desde que sale de la facultad hasta casi las diez de la noche. Se queda estudiando, me habla, me ayuda con la comida... Y todos me dicen que no valoro a mi hijo, que es un sol, un milagro que tenga como vástago a alguien tan abnegado como él, pero madre de Dios... Es un pesado... No sabe nada de fútbol, ni de política, ni de ninguna otra cosa que no sea sobre un tal Nietzsche, Whitman, Salinger, Saramago, o yo qué sé, porque siempre está leyendo y con la mente por las nubes. Desde que nació fue un chico raro. A su difunta madre le encantaba esa faceta, pero a mí... Joder, nunca podía hablar con él. No sabía qué decirle. Ni antes ni ahora. Y lo peor es que nunca le ha importado, que solo le bastaba con tener a alguien que le escuchara. Yo hago como que le escucho, pero es tan horrible... Siento como si hubiera una pared entre nosotros. Él se habrá dado cuenta, seguro. Pero sigue y sigue viniendo. Con un taladro para romper esa pared, pero nunca hay un enchufe para conectarlo. Eso sí, algo que él y yo compartimos, es nuestro odio a los aviones. Es entrar en un aeropuerto y el crío cambia totalmente. Visto y no visto.
Al final la directora me ha dicho que enviará a alguien a mi nombre, para ver qué tal está. Yo le doy las gracias y vuelvo a mi partida.
Mi hijo cargando droga. Je.
Parece una broma.
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