viernes, 27 de octubre de 2017

PLOTOBER 2017 - DÍA 27




Cuatro días y esto se acabó. Ay, qué pena...
Veamos, hoy la premisa es...





CREO QUE ESA CHICA DEL TREN ME ACABA DE SONREÍR



Estaba viajando hacia mi casa en el tren, como hacía cada mes. Miraba los campos verdes, brillando al cielo. Yo pensaba en mis cosas. Me acababan de echar de la facultad por mal comportamiento, y mis padres recibieron la noticia ayer mismo. Hubo discusión, broncas... Ya les dije que no quería hacer medicina, que prefería estar en el campo, recogiendo el trigo, con los animales... pero ellos decían que no, que debía estudiar, que era el único de la familia que iba a poder tener un futuro digno. Bah. ¿Un futuro, en una consulta minúscula, en la que la gente se me queja porque le duele aquí o allí? ¿Sin poder respirar aire puro, ni ver los amaneceres sobre los girasoles? Bah. Ese futuro no es para mí. Lo único que lamento es que había buena gente en mi clase. Pero bueno. 

De pronto, miré al resto de pasajeros, y una chica me observó. Me sonaba de algo, pero no lograba recordar de qué. La chica me sonrió, y viendo que a mi lado había una plaza libre, se acercó, me preguntó si estaba libre, le dije que sí,  y se sentó a mi lado. Era una chica un poco mayor que yo, pero... ¿De qué me sonaba?

–Hola.

–Hola –le respondí. Con cara de gilipollas, porque me sonaba y a la vez no. Dios. Odio cuando me pasa esto.

Ella miraba el campo. Me dijo: –Es bonito, ¿verdad?

–Sí, la verdad es que sí. Muy bonito.

–Es una pena que en la ciudad no haya vistas como estas.

–Ya. Sólo edificios altos, y no se ven ni siquiera las estrellas de noche.

–Y que lo digas, una pena.

–Perdone, pero... ¿nos conocemos de algo? – le pregunté ruborizado, y tratándola de usted. Como hago con cualquier desconocida. Si algo tengo, son buenos modales.

–Por favor, no me trates de usted. Y la verdad es que sí, sí que nos conocemos.

–¿Ah, sí? Pues la verdad es que no la recuerdo. Y su cara no es de las que se olvidan.

–Bueno, quizá es que la clase que daba era un poco aburrida. Pero recuerdo que a ti te gustaba mucho. Sacaste buena nota.

Ya está. 

La profesora nueva de bioquímica.

Joder.

–Dios, perdone, yo, no sabía...

–No me trates de usted, te repito de nuevo. Tengo tu misma edad.

–¿Mi misma edad, y profesora? ¿Cómo?

–No es por presumir, pero adelanté algunos cursos en el instituto, porque vieron que era superdotada. Aunque a mí me parece que soy muy parecida a la gente corriente, sólo que se me dan bien algunas cosas. Pero eso no tiene nada de especial. 

–Créeme, eso sí que es especial. Mi padre daría toda la granja por tener a alguien con la cabeza así. 

–Ya lo tiene, ¿no?

–Bah, por favor, no saques ese tema de nuevo...

–Pues claro que lo voy a sacar. Obtuviste una de las mejores notas de primer año que se habían visto en años en la facultad. Hasta te entrevistaron y todo. Eras un chico prometedor. Pero... luego...

Venga. Dilo. Tienes ganas.

¿No? Pues lo digo yo.

–¿Que por qué me puse tan borde en los siguientes años? ¿Que por qué mis notas bajaron y empecé a acosar a la gente? ¿Que por qué me echaron de la facultad?

–Bueno, no quería decir eso...

–Mira, no te culpo. Pero... ¿Sabes? Cuando volvía a mi casa, y veía a mi padre en el campo, y él me decía que no le ayudara, que fuera a echarle una mano al médico del pueblo, que así aprendía. Que yo iba más por ayudarle al pobre señor Lesmes que otra cosa, que lleva ya casi desde que nació mi padre en el trabajo. Aún así... Ayudar al pueblo pero no a mi padre, que segó y curró en el campo desde que era niño, que ni siquiera puede ir de vacaciones un solo día, ver a ese pobre hombre sudar y romperse la espalda, y a mi madre, que también ella desde que nació matándose para ganar unas míseras perras vendiendo lo que ella teje, y que cuando me vea dispuesto a echarle una mano, me diga que no, que vaya con don Lesmes... No sé. No me parecía eso ser un buen médico. Ni siquiera un buen humano. Por eso lo dejé. Y a lo bestia.

Qué poco a gusto se queda uno cuando se libera. Y el silencio que siguió fue atroz.

Pero lo peor es que ella lo rompió.

–Tienes razón. No me parece bueno que tus padres se deslomen y que nadie les ayude. Pero tampoco me parece bueno que por eso hayas dejado de lado esta oportunidad. Me parece hasta... estúpido. 

–Oiga (cuando me cabreo me sale el usted), si con eso me está llamando gilipolllas...

–¡Pues sí! ¡Puede que la facultad no sea lo más precioso del mundo! ¡Puede que la universidad sea un infierno, sobre todo para alguien como tú! Pero echar la toalla, dejar de lado todo por lo que tus padres han luchado, y que así con su esfuerzo llegues hasta lo más alto, más alto que ellos... ¡Me parece hasta una traición! ¡Una puñalada trapera!

Joder.

–¡Y no me trates de usted! ¿Está claro?

Vaya huevos.

–¿Está claro, sí o no?

–S.. sí.

–Bien. 

Qué cabreo. No podía ni mirarle a la cara.
El megáfono avisó que llegábamos a una ciudad en diez minutos. Cuando el tren paró, ella se dispuso a bajar. No me dijo nada, ni adiós. 
La tortura del silencio. 
Eso duele.

Yo le agarré del brazo.

Ella se giró, y me miró con una cara de furia. Pero no de furia asesina, sino de... Una mezcla de furia y pena. De enfado y tristeza. 

Esas caras son las que me duelen. Hasta llorar.
Ella vio cómo me derrumbaba en mi asiento. Se soltó de mi mano y, tras lo que parecieron horas, me abrazó.

"No abraces a una escoria como yo", quise decir.

Pero lo necesitaba. 

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