Hace cosa de unas semanas, vi un texto colgado en el muro de un amigo mío en su Facebook. Era una disertación bastante extensa acerca de un problema de la sociedad actual, y que con la cinta No mires arriba, se había acentuado. Básicamente, el autor del mismo nos exponía que cualquier mensaje que se lanzara, como por ejemplo, la defensa del medio ambiente, la lucha contra la violencia hacia la mujer, la demonización del consumismo... se veía transformado por el afán recaudatorio. Dicho de otra forma, en vez de que esos mensajes luchen contra el sistema, este sabe cómo usarlos en su beneficio, y seguir sacando tajada de ellos, ya sea con camisetas, campañas, productos... etc. No es algo nuevo, lleva sucediendo durante muchos, muchos años (casi uno diría que es signo inequívoco del hombre como especie). La única solución, de acuerdo con ese texto, era, literalmente, la caída de un meteorito que nos borrase del mapa, porque no aprendemos ni a tiros. Honestamente, no creo en esa solución. Tampoco sé cuál sería la adecuada. Lo que sí sé, es que su denuncia, ya fue plasmada antes que él, en muchos medios y soportes. Y fue en un libro donde se podía disfrutar de esa divagación de una manera increíblemente contundente, impactante y gráfica. Casi a puñetazo limpio.
Por supuesto, estoy hablando de la novela El club de la lucha.
La mencioné brevemente en esta entrada, es verdad. No obstante, ahora, con la situación que tenemos, una de completa incertidumbre, el hecho de que esta obra tenga casi 26 años cumplidos, y con las reseñas que hicieron Dayo y Danniboube sobre su adaptación fílmica en Youtube (ambas buenas, pero para mí la de Dayo es mejor), me apetecía hablar más de él. Porque, honestamente, este libro entraría fácilmente en mis 10 favoritos de todos los tiempos. Un libro alejado completamente de mi género nicho (Delibes y el día a día, básicamente), pero cuyo mensaje sigue conservando no solo su vigencia a día de hoy, sino también, su fuerza e impacto. Hay pocas obras que hayan logrado mantenerse así durante tanto tiempo.
Y, la verdad, no me extraña. Porque Chuck no solo pone de manifiesto las desgracias que trae el consumismo y este modo de vida, sino que además, rechaza y desconfía de los métodos del, en un principio, buen samaritano Tyler Durden, quien aparece como un ángel salvador ante nuestro protagonista, sumido en una crisis y en un insomnio que le arrastra poco a poco a la locura. Haciendo gala de unas grandes dotes oratorias, Tyler logra engatusar al protagonista (que por cierto, no se menciona su nombre hasta casi el final, mediante un giro; y sus diálogos ni siquiera tienen un signo introductorio como sí tienen los de los otros personajes) que colabora de buena gana en sus ideas. ¿Cómo negarse? Es un golpe encima de la mesa al sistema que le aprisiona, así que, no tienes nada que perder.
O eso parecía a simple vista. Pasan los días, y de pronto observamos cómo los métodos de Tyler van cambiando hacia lo macabro. Empezamos con las peleas sin cuartel que buscan el desahogo y superación personal. A continuación, ese discurso (que en la película consigue superar a su homólogo literario por una sola palabra) y la escena de la lejía. Y finalmente, el proyecto Estragos, la culminación de los deseos de Tyler. Que no son sino la completa destrucción de nuestra sociedad, y por ende, del sistema. Caiga quien caiga. Y durante todas esas páginas, cuando llegas a este momento, sientes que ha sido todo como una vertiginosa caída, una en la que empiezas suave, pero luego vas más y más rápido.
El gran acierto de la obra de Chuck es simple. Lo fácil hubiera sido quedarse en una crítica sin más al consumismo. No compres, no trates de llenar tu vacío con lo material, y todo eso. Pero no tendríamos la gran obra que tenemos hoy. La gracia de todo esto es que, cuando hablaba del libro con algunos amigos, lo primero que se les pasaba por la cabeza, la moraleja que les atrapó, era su reflexión acerca de cómo el sistema nos va destrozando poco a poco. Y es verdad, no lo negaré. Pero, ninguno de ellos mencionó la otra cara de la novela, la que la hace tan grande. La gran burla hacia todas esas promesas vacías de un mundo mejor, libre de ataduras, libre de consumir... En definitiva, una crítica contra (y voy en serio con esto) no solo las sectas, sino incluso contra los partidos políticos. Piénsalo. Tienes un partido, que promete de todo, te interesa y le votas, porque crees en sus ideas y en ellos, y cuando llegan al poder, si te he visto, no me acuerdo. Ha pasado, está pasando, y atañe a todos los colores e ideas posibles. No hace falta buscar mucho en las redes para encontrar la enésima promesa rota. Es más, esa crítica que mencioné al principio, la del meteorito, podría encajar fácilmente con la filosofía de Tyler, porque afirma eso, cómo los mensajes pierden su sentido y la única solución es, en fin, destruirlo. ¿Y quién nos dice que su mensaje no ha sido ya utilizado por ese sistema que denuncia? ¿Y el de la novela? A fin de cuentas, Chuck la escribiría no sólo para romper moldes y despertar conciencias, sino también porque sabía que con esto llamaría la atención, y conseguiría un buen pellizco. O eso, me gustaría pensar.
El club de la lucha es una novela que, pese a quien le pese, podría salir hoy mismo, o hace un siglo, y rompería los esquemas tanto como lo hizo en su día. Porque es una novela, que, como dije de Gurren Lagann, tiene carisma, alma, sabe qué decir y cómo decirlo, duela a quien le duela, y de un modo que pocas obras han sabido utilizar. Posiblemente si saliera hoy (en el año en que escribo esta entrada), quizá sufriría algún que otro cambio en beneficio de la tan conocida corrección política (curiosamente, se dice que Chuck la escribió con la intención de perturbar al editor hasta tal punto de que la rechazara, cosa que no sucedió). En fin. Ahora mismo, acabo de comprarme El día del ajuste, el último libro de Chuck, y del que se dice que es el sucesor espiritual de la historia de Tyler, su heredero. Aún no lo he leído, y no sé si estará a la altura de esas declaraciones. Lo que sí tengo claro es que El club de la lucha es atemporal. Pasarán los años, y la gente seguirá hablando de él (mejor dicho, de su adaptación fílmica), y solo de esa parte, la que mola; pero, al igual que sucedía con sus personajes, todos volveremos a la rutina. Chuck lo sabe. Sabe que del sistema, uno no puede salir, porque estamos todos atados por él, y dependemos de él, sea el sistema que sea. Por muchos mensajes de liberación que nos den, por muchas terapias de grupo a base de puñetazos que nos ofrezcan, la realidad es que somos fácilmente manipulables, y caeremos en una red, de diferente color y forma, pero con la misma función que la otra red que nos mantenía atados.
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