LA TORTUGA
En el parque hay una estatua de una tortuga. No es una estatua hermosa, la verdad es que si la miras bien da puto asco, incluso conozco gente que ha vomitado, y vale, es horrible de cojones, pero no creo que sea para tanto. Bueno, mejor dicho, lo daba, porque cuando desaparecieron las golondrinas, también lo hizo la estatua. Y quien se la llevara, o una de dos, o era más fuerte que el Chuache, o lo hizo con absoluto silencio por la noche cuando no hubiera nadie, cosa imposible por varias razones, la primera, que ese parque era lugar de borrachera todos los días hasta Dios sabe qué hora, y segunda, que la estatua estaba bien unida al suelo, de eso se había encargado mi padre, quién la esculpió. La verdad es que el pobre estaba sumergido en una de esas... ¿Cómo las llamaba? Ah, sí, crisis creativas. No le daban ningún trabajo y pensaba, inocente de él, que con cinco cervezas y un cubata en el cuerpo haría la madre de todas las esculturas y no habría dinero en el mundo suficiente para comprarla, pero, como le dijimos mi madre y yo, se equivocaba. Por supuesto, no nos hizo caso, y, contar con el visto bueno de mi hermana, que le ayudaba en el taller, dado que pensaba que así quizá conseguiría una "visión holística y completa de la materia" o yo qué sé, no ayudó precisamente a frenarlo. Un día, logró esculpir esa tortuga, más fea que un calcetín sudado de hace cuatro o cinco meses. Se jactaba de que era su mejor obra, que reflejaba la agonía de este mundo marchito, mas, con esas explicaciones, yo no lograba pillarle nada de eso. Solo sabía que era la cosa más horrible que mi padre hubiera hecho en vida, lo cual era una pena porque en sus años mozos esculpía maravillas. Hasta mi hermana miraba la aberración con cara de disgusto, aunque claro, no dejó que mi padre lo viera. Yo no pude hacer nada al respecto, porque cuando mis ojos se cruzaban con esa tortuga, mi cara expresaba una repugna inconmensurable, y eso mataba a mi padre. Entonces, llamaron al taller. Eran del ayuntamiento. Estaban interesados en ver la estatua, lo que alegró a mi padre. Así que les invitó, la observaron, llamaron a un especialista de la materia, y este declaró que estaba ante una maravilla sin parangón. Nunca entenderé el arte.
Dos días después, comenzaron las obras para disponer la estatua, que acabó dispuesta en medio del parque, haciendo que todos, absolutamente todos, incluido un servidor, se parasen a verla. Como dije al principio, a la mayoría les daba asco. En cuanto a mí... Bueno, mi padre estaba alegre por fin, así que me conformé con eso. Cuando fue robada, casi le dio un infarto al enterarse. Tuvimos que ir al hospital corriendo, y sigue allí, en observación. Lo visito todos los días, alternando con mi madre y mi hermana. Siempre nos dice que lo que le han hecho es una injusticia, que si no les gustaba que lo hubieran dicho, pero robarla era un crimen lesa humanidad. Y yo le digo que sí, completamente en serio. Le acabé cogiendo cariño. Pobre, qué fea era...
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